No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera;
No me tienes que dar porque te quiera;
porque aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Este soneto ha sido atribuido a multitud de autores, como Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Xavier, Fray Luis de León, entre otros. Lo cierto es que no hay evidencia de quién es el autor. Debemos, entonces, seguir considerándolo ANÓNIMO.
ÁNIMA CHRISTI
Ánima Christi, sanctífica me.
Corpus Christi, salva me.
Sanguis Christi, inébria me.
Aqua láteris Christi, lava me.
Pássio Christi, confórta me.
O bone Iesu, exáudi me.
Intra tua vúlnera abscónde me.
Ne permíttas me separári a te.
Ab hoste malígno defénde me.
In hora mortis meæ voca me.
Et iube me veníre ad te,
ut cum Sanctis tuis laudem te
in sæcula sæculórum. Amen
Esta conocida oración, la prescribe San Ignacio para el segundo y el tercer modo de orar, y cada vez que se hace coloquio. Inicia el excelente librito Ejercicios Espirituales. Aunque su autor se desconoce, el uso que de ella hace San Ignacio en los EE, la ha hecho más popular.
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