La verdad es el amor, y el Amor es Dios. En efecto, Dios es amor. La expresión del amor es el servicio, la penitencia y la oración.
La verdadera libertad es la que permite la plena donación de sí mismo (Amor), como lo demostró Jesucristo.
El hombre es un ser libre tanto cuanto conozca la Verdad. La autoposesión, el autodominio y su capacidad de autotrascendencia le abren a la realidad, que se manifiesta de forma plena en el servicio al más necesitado, y en la acción pastoral de la Iglesia.
Amar es arriesgarse, confiar la propia persona en manos de otro.
El hombre es creación amorosa y libremente diseñada. De tal modo que puede entregarse a los otros en el servicio, en la caridad.
El tema del hombre impele al tema de la educación. Así, el fundamento filosófico sobre el hombre (Antropología Filosófica o Filosofía del Hombre) se hace indispensable para estudiar y reflexionar sobre la educación (Filosofía de la Educación), que se encarga de formar al hombre.
La educación es un acto de amor. Es decir, es un estar en la verdad.
La educación es un llamado permanente y esperanzador a la superación personal, es el llamado que nos hace Dios para conocernos siempre más, aceptarnos tal como somos, con nuestras limitaciones y posibilidades.
Lo que más hiere es la agonía mental causada por la injusticia, por lo irracional.
No debemos callar, no podemos cruzarnos de brazos. El cristiano debe alzar la voz ante la injusticia y pedir a Dios que nos ilumine para encontrar la solución o los medios para solucionar las situaciones de injusticia presentes en el mundo, la situación de miseria económica, espiritual e intelectual.
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