LOS MÁRTIRES JESUITAS DE EL SALVADOR
Rutilio Grande: sacerdote jesuita mártir y precursor
El miedo a la verdad ahora. El miedo al despertar de los pobres, siempre. Este miedo que se transforma en violencia tiene una historia que empieza mucho más atrás.
Los profundos cambios que se han producido en la conciencia de las mayorías pobres de El Salvador desde los años 70, han sido vistas siempre por los militares y por las poderosas familias de oligarcas como responsabilidad de la actividad de los curas. Siempre han culpado a la Iglesia por haber abierto los ojos de los oprimidos para que se dieran cuenta de que lo eran y para que lucharan por no serlo. Por eso gritaban en 1977 "haga patria, mate un cura" y llenaron con estos volantes el país, alentando así al asesinato de religiosos. Quizá en ningún lugar de América Latina la teología de la liberación ha sido tan de carne y tan de sangre, tan viva, eficaz, madura y tenazmente transformadora como en El Salvador.
Con mucha sangre y en el nombre de Dios de Jesús se ha luchado heroicamente desde hace mucho tiempo por derribar los muros de una injusticia interminable. La historia de estos años están llenos de ejemplos. La conversión y el martirio de Monseñor Romero son el caso y el ejemplo supremo de una teología hecha viva que no sabe en ningún libro. En torno al arzobispo, y con estos seis hermanos que nos quitaron, son ya 18 los sacerdotes asesinados en nombre del anti-comunismo por una "democracia occidental y cristiana".
El primero de estos sacerdotes asesinatos fue un jesuita salvadoreño, el padre Rutilio grande, a quien los pistoleros del gobierno acecharon en un camino el 12 de marzo de 1977 para ametrallarlo. Todos los que fueron asesinados ahora en la UCA conocieron a Tilo, el primer mártir, y aprendieron mucho de él en aquellos años en que maduraba el cambio, se abrían trochas y veredas de organización y los pobres empezaban a luchar por dejar de serlo, como Dios manda, como Jesús anunció.
Con la terca voluntad del jesuita Rutilio Grande empezó en 1972 y en la parroquia de Aguilares una experiencia pastoral que marcaría a los jesuitas de Centroamérica. La experiencia de Aguilares fue la más importante traducción pastoral y salvadoreña de la teología de la liberación que había sido consagrada en la Conferencia de obispos de Medellín (1968). "Historia de una esperanza" llamó a esta experiencia el padre Rodolfo Cardenal, en un libro en el que cuenta exhaustivamente cómo se desarrolló esta obra.
Desde 1972 a 1977, el padre Rutilio Grande y el equipo de jesuitas de Aguilares fueron transformando esa extensa zona campesina en un espacio de organización, de compromiso cristiano y de conciencia comunitaria. Durante todos estos años los vínculos que unieron al equipo de Aguilares con el equipo de la UCA de San Salvador fueron estrechos, sobre todo a través de una generación de jesuitas jóvenes que aprendieron a trabajar pastoralmente con Rutilio Grande y a reflexionar intelectualmente con Ignacio Ellacuría. Buena parte de su tiempo la dedicaron ambos a formar a los jesuitas que años más tarde serían sus relevo. Ambos se complementaban. Rutilio les insistía en una pastoral que debía de estar iluminada por análisis hechos con el máximo rigor teórico. Ellacuría les insistía en una reflexión teórica que debía estar naciendo siempre de la acción directa. En aquellos años, aquellos jesuitas jóvenes fueron apoyados permanentemente por el padre Moreno. Y Rutilio, en sus crisis, nacidas de la novedad y complejidad de la experiencia de Aguilares, se aconsejaba con el padre Amando.
Ambos equipos se complementaban. A ambos equipos los unió la vida en unos años de cambio que son claves para entender la transformación de la conciencia del pueblo salvadoreño y la lucha que hoy libra. A ambos equipos, y con 12 años de distancia, los unió el martirio. El padre Rutilio Grande fue asesinado a tiros en marzo de 1977. Y después del crimen, todo el equipo de jesuitas de Aguilares fue desarticulado, con la captura y expulsión de los otros tres jesuitas que trabajan permanentemente con él y con el terror que el gobierno instaló en Aguilares militarizando el pueblo y cometiendo una interminable cadena de asesinatos y torturas contra los líderes campesinos formados a la luz de la teología de la liberación. Mataron primero al pastor y después corrió la sangre de las ovejas. Se quiso borrar del país la experiencia de Aguilares y hacer desaparecer las semillas de organización que fueron sembradas por aquella comunidad. Pero la sangre de Rutilio fue fecunda: convirtió a Monseñor romero a la fe en el Dios de los pobres, el único Dios verdadero, y dejó una herencia, porque los niños y jóvenes delegados de la Palabra que vieron el cadáver acribillado del padre Tilo están hoy al frente del movimiento popular salvadoreño.
Doce años después del asesinato del padre Rutilio, el primero de la lista de sacerdotes mártires de El Salvador, la historia se ha repetido. Los mismos asesinos de entonces quisieron borrar del país a la comunidad de la UCA, a los viejos amigos de Tilo.
Los unió la muerte. El tímido Tilo y el nada tímido Ellacu, el talento pastoral de Rutilio y el talento intelectual de Ellacuría: tan distintos los dos y tan iguales en su terca fidelidad a aquel principio que tan bien transmitieron a sus alumnos: no hay retroceso cuando se ponen las manos en el arado del pueblo. A doce años de distancia y de ríos de sangre vertida, el martirio los ha unido a los dos. Y la muerte los encontró a los dos en su trinchera diaria. A Tilo, en un camino de polvo, cuando iba a celebrar la misa. A Ellacuría en su universidad, preparando trabajos, escritos, reflexiones. Fieles, cada uno a su estilo, al mismo Dios y al mismo pueblo salvadoreño. En toda Centroamérica, una generación de jesuitas lleva por brújula esa fidelidad que aprendieron de ellos dos. Y una cosecha de nuevas vacaciones sacerdotales ha nacido de la entrega con que vivieron estas dos comunidades de mártires.
Seis sacerdotes, seis mártires
Ignacio Ellacuría
Ignacio Ellacuría tenía 59 años. Vasco de nacimiento, salvadoreño de corazón y de pasaporte, había hecho toda su vida en este pequeño país, olvidado del mundo hasta los años 80. En las miles de páginas que escribió en la revista ECA y en otras publicaciones, analizando el pasado, el presente y el futuro de su patria salvadoreña deja un legado de lucidez cristiana. Equivocándose muchas veces, atinándole muchas otras, más reformista a veces, más radical otras, aceptó el desafío de la historia concreta para evangelizarla, fiel siempre al principio de humanizar y acortar un conflicto social tan profundo. Muy fiel en los últimos tiempos en su dura crítica al gobierno de los Estados Unidos, por boicotear el proceso de paz centroamericano, tanto en El Salvador como en Nicaragua.
Tenía tanta terquedad como paciencia y como excelente estratega, supo esperar mucho y dialogar con todos hasta hacer de la UCA una plataforma de pensamiento y acción muy influyente. En ese camino, "Ellacu", "el doctor", sin un pelo en la lengua, expresando con una descarada libertad sus puntos de vista, casi siempre polémicos, se fue convirtiendo en un hombre indispensable en la vida del país. Todos saben el vacío que deja, era muy necesario a la hora de la paz. Discípulo preferido del gran filósofo español Xabier Zibiri, Ellacuría es uno de los intelectuales más destacados de la historia contemporánea de América Latina. Su amor fue eficaz, como diría Camilo Torres. Su teología de la liberación la puso en los cimientos de la liberación del pueblo salvadoreño.
Amando López
Amando López tenía 53 años, era español. Conocía muy a fondo a casi todo el clero salvadoreño y a gran parte del clero centroamericano por los muchos años que pasó al frente del Seminario de San Salvador. Era permanente su actitud de servicio, siempre estaba de buen humor, siempre disponible para cualquier tarea, fácil o difícil. Mucho de su corazón de hombre bueno estaba en Nicaragua, en donde trabajó por varios años dirigiendo el Colegio Centroamérica y la Universidad Centroamericana de Managua. Es seguro que a Amando le habría alegrado mucho y hecho sonreir también, la Orden Ramírez Goyena que "maestro ejemplar" le otorgó, a título póstumo -junto a sus otros cinco compañeros- el Presidente de Nicaragua Daniel Ortega.
Ignacio Martín-Baró
Ignacio Martín-Baró tenía 47 años. Español, también había optado por la ciudadanía salvadoreña. Vicerector de post-grado de la UCA, había acumulado una gran experiencia en la investigación de la opinión pública de El Salvador, hasta convertir a la UCA en la voz más autorizada del país a la hora de elaborar y desarrollar encuestas. Hijo de un conocido escritor español, él también fue un escritor infatigable, que supo llenar de pulcritud y precisión cada página de sus análisis. En sicología social, fue un verdadero maestro a nivel latinoamericano.
Su trabajo pastoral lo desarrolló últimamente en Jayaque, en donde celebró su última misa tres días antes de morir. Muchos relatos de Cartas a las Iglesias salieron de la pluma de Nacho. Con él estuvo trabajando el equipo de envío no hace aún un año. Discutimos mucho con él sobre la "hora" y el significado del estallido social que se estaba incubando en El Salvador por el fracaso del proyecto norteamericano para el país. Nacho era terco y no compartimos algunos de sus puntos de vista, muy propios de la visión política que sustentaba la UCA. Ninguno de nosotros podía imaginar que a la hora de ese estallido su sangre empaparía las banderas de lucha del pueblo. Según una de las testigos del crimen, antes de que lo mataran dijo con firmeza: "Esto es una injusticia". Murió denunciando aquello que siempre denunció a lo largo de su vida sacerdotal.
Segundo Montes
Segundo Montes tenía 56 años. Español de nacimiento, salvadoreño por opción. En su alma de niño grande, El Salvador era una pasión permanente. Pocos jesuitas en El Salvador llegaron a conocer a tanta gente de tantos estratos sociales como Montes. Desde hacía unos años había fundado el Instituto de Derechos Humanos de la universidad. Últimamente se había dedicado con pasión al estudio de la situación social de los desplazados y refugiados salvadoreños en Centroamérica y en los Estados Unidos, campo en el que fue un verdadero pionero.
Colaboró muy entusiasmado con la experiencia de desarrollo comunal puesta en práctica, con cooperación internacional, por los refugiados salvadoreños del campamento de Colomoncagua, en Honduras. "Tonatiú", le decían, porque parecía un esbelto "hijo del sol", aunque nacido en España. O también "Pizarro en desgracia", porque también tenía la apariencia de un conquistador venido a menos. "Pero yo vine aquí a ser conquistado", decía siempre Montes. Y así fue: El Salvador conquistó plenamente su corazón.
Juan Ramón Moreno
Juan Ramón Moreno Pardo tenía 56 años y era español. Teólogo, maestro de novicios de los jesuitas centroamericanos durante 6 años, especialista en conducir los ejercicios espirituales de San Ignacio. Tenía siempre una palabra profunda con la que dar razón de su esperanza. Era calmo y cariñoso. En el pueblo de Santa Lucía, en el nicaragüense departamento de Boaco, lo estarán esperando siempre. Moreno alfabetizó este pueblo durante la Cruzada de Alfabetización de 1980 y dirigió a los estudiantes jesuitas que participaron en esta gigantesca tarea educadora. Desde entonces, "Pardito" volvía siempre a Santa Lucía a compartir con sus alumnos las fiesta de Navidad o de Semana Santa. Porque su corazón era también medio nicaragüense. Durante varios años, Moreno presidió la Conferencia de Religiosos de Nicaragua, en una actitud de búsqueda permanente y de servicio.
Joaquín López
Joaquín López tenía 72 años y era hijo de una rica familia cafetalera de El Salvador. dedicó toda su vida a la educación de los pobres y desde hacía años dirigía la obra latinoamericana de promoción social "Fe y Alegría", con distintos proyectos en el país. Un cáncer avanzado tenía ya contados sus días, pero él no quería retirarse del trabajo ni cuidarse demasiado. "Lolo" fue fundador de la UCA, buscó para ella los terrenos, los dineros y la personería jurídica. No llegó a celebrar en el 90 los 25 años de esta obra de la que fue partero. "Ninguno de ellos entró en la Compañía de Jesús para hacer carrera -dice el padre Jerez-. Su afán no era ser promovidos ni dentro de la Iglesia ni dentro de la Compañía. Su afán era quedarse allí, trabajar allí, rendir allí. Se dedicaron a estudiar profundamente los mecanismos de la sociedad para entregarle después a los hombres y mujeres que forman la sociedad esos estudios, esos análisis, sus palabras, sus escritos. Trabajaron por la justicia, por la verdad, por la paz. Hombres de verdad ante Dios, ante los hermanos y ante sí mismos. Mártires: porque la historia de los mártires no es cosa del pasado. En Centroamérica sabemos lo cerca que está el martirio de los que de verdad luchan por la justicia".
Elba Julia y Celina Mariset Ramos
"No los mataron, dieron su vida y viven"
Pocos minutos después de las 6 de la mañana el esposo de doña Elba fue a la casa de los padres a iniciar un nuevo e incierto día y encontró los cadáveres. Corrió a avisar al padre provincial José María Tojeira, que dispuso que nadie tocara nada para facilitar la investigación. Entre los primeros en visitar el lugar estuvieron el arzobispo Monseñor Rivera y Damas y su auxiliar Monseñor Rosa Chávez. Monseñor Rosa fue claro: "Los han matado los mismos que mataron a Monseñor Romero".
No había nada más que decir: todos saben quiénes mataron al arzobispo, aunque no hayan ido a la cárcel, ni siquiera a juicio. Rivera se refirió a la "irresponsable campaña de calumnias y acusaciones que envenenaron las mentes y terminaron armando los brazos asesinos", indicando que había serias sospechas de que estos brazos eran de "elementos de las fuerzas armadas". El exhaustivo informe de Tutela Legal del Arzobispado lo confirmó pronto.
Poco después, Monseñor Rivera relató en conferencia de prensa que en la mañana posterior al crimen un vehículo perteneciente a la Primera Brigada de Infantería había pasado por delante del arzobispo y unos uniformados gritaban por altoparlantes: "¡Ya cayeron Ellacuría y Martín Baró! ¡Sigamos matando comunistas!" La Primera Brigada está bajo la dirección del Coronel Helena Fuentes, uno de los militares de "la Tandona" más comprometidos con los escuadrones de la muerte. La noticia del asesinato causó indignación, estupor y mucha tristeza. Estos y otros sentimientos crecieron y se fueron extendiendo como en círculos concéntricos, desde las comunidades jesuitas, los grupos cristianos, las universidades y los espacios de la solidaridad hasta tocar el corazón del mundo.
Al darles la vuelta a los cadáveres, los rostros eran casi irreconocibles. Los rasgos de cada uno se habían perdido entre la sangre y la pólvora. Las fotos que nos llegaron de sus caras causan horror. Olvidada esta terrible y última imagen, tendrán ya para siempre en nuestra memoria el rostro de las mujeres y los hombres salvadoreños a los que dedicaron todo su tiempo y su pensamiento, toda esa valiosa vida que una sola bala destruye en un instante. "Pero la última palabra no la tiene el odio que los mató sino el amor con que se entregaron -proclamaba en su homilía en Managua el responsable de los jesuitas de Nicaragua, padre Ignacio Zubizarreta-. Porque hay ciertamente vidas que producen y sirven para dar muerte. Pero hay muertes que sirven para producir y dar vida y resurrección. Así ha sido la muerte de nuestros hermanos..."
El domingo 19 de noviembre los cuerpos destrozados de nuestros hermanos reposaron en nichos abiertos bajo un retrato de Monseñor Romero, en la capilla que la UCA dedicó al arzobispo mártir y que los que murieron decidieron con tanto empeño construir en 1985. Miles de personas aplaudieron por varios minutos las palabras del padre Tojeira, provincial de Centroamérica, cuando en la misa de funeral afirmó con firmeza: "!No han matado a la Compañía de Jesús! ¡No han matado a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas! ¡No la han matado!"
Una generación de jesuitas formados por Rutilio Grande y por estos mártires y una generación de centroamericanos a los que esta generación ya ha formado ya tomaron el relevo. "La Compañía de Jesús, en medio del dolor que nos causa la muerte de nuestros hermanos -decía en Managua el padre Zubizarreta- se honra y se gloria en la sangre de sus mártires. Y da gracias públicamente al pueblo salvadoreño por haber permitido a estos seis jesuitas vivir en medio de ellos y morir junto a sus innumerables mártires, obreros, campesinos, sacerdotes, sindicalistas, niños, mujeres y ancianos. Morir junto a Monseñor Romero. Y sobre todo, da gracias porque murieron de la misma manera que mueren los pobres: sacados de sus casas al filo de la madrugada para ser brutalmente asesinados".
Es claro que la muerte de nuestros hermanos no es un caso aislado. Como en los años 80, este crimen es parte de una violenta ofensiva contra la Iglesia comprometida en la humanización y la finalización del conflicto, contra la Iglesia que se preocupa de los refugiados, de los desplazados, de los muertos y de los heridos por los bombardeos contra la población civil, contra la Iglesia que quiere que las cosas cambien en El Salvador y los pobres dejen de serlo. Los años 80 fueron años de terrible persecución contra esa Iglesia.
El inicio de la ofensiva del FMLN, que tiene el objetivo de hacer cambiar las cosas, desató de nuevo el odio de las fuerzas represivas que persiguieron entonces y hoy reinician esta persecución regando de sangre de mártires el camino hacia la paz. El gran teólogo Jon Sobrino sobrevivió al crimen. El quedará como testigo para contarnos más del alma de estos sacerdotes que formaron este equipo y de esta comunidad. En el año 80 Sobrino reflexionó mucho sobre la persecución que estaban sufriendo la Iglesia salvadoreña y sobre el sentido de tanto dolor. Esa reflexión de entonces vuelve hoy, cuando también la sangre ha vuelto:
"La persecución tiene graves costos para la Iglesia, la desmorona y desmantela en su organización más visible. Pero eso ni es toda la verdad ni lo más importante de la verdad. Para el pueblo de Dios, que es anterior a la Iglesia organizada, la persecución es el fundamento último de su fe. La fe cristiana comenzó a los pies de la cruz de Jesús, de alguien a quien en verdad no le quitaron la vida, sino que él mismo la dio para salvación de su pueblo y de todos los hombres.
Desde entonces los cristianos han celebrado su eucaristía sobre reliquias de mártires, y han unido al recuerdo de Jesús el recuerdo de los mártires. El misal romano recoge todavía sus nombres concretos: Esteban, Alejandro, Marcelino, Felicidad y Perpetua, Agueda, Inés... Pero para los cristianos en El Salvador no es lo mismo recordar sólo a esos mártires que recordar a Rutilio, a Octavio, a Oscar, a Ita y Maura, a Juan y Felipe... Estos son sus mártires. Una Iglesia perseguida se ve realmente amenazada en su organización, plataformas y actividades externas; a las inmediatas, los perseguidores parecen los vencedores.
Pero en el fondo de la Iglesia, allí donde ella es más que organización e institución, allá donde es más que templos de piedra, escuelas, hospitales o imprentas, allí donde en verdad es pueblo de un Dios, liberador y crucificado, cuerpo de un Cristo sufriente y resucitado, en este último fondo de su realidad, la Iglesia perseguida crece en su fe. También para la Iglesia sirve lo que dijo Jesús a cada uno de sus seguidores: "El que guarda su vida la pierde, pero el que la entrega por su causa y por su buena noticia la salva".
Esa Iglesia perseguida, diezmada, empequeñecida y anonadada, es la levadura para que la totalidad de la Iglesia se mantenga cristiana y para que nuestros países alcancen su liberación histórica, se acerquen al reino de Dios. Es fácil matar el cuerpo de los cristianos pero es difícil arrebatar la fe a una Iglesia de mártires". Todas las piezas van dibujando los rasgos de los asesinos. Todas las pistas llevan al mismo lugar. Y al dolor por su muerte y al orgullo por su vida, unimos una convicción. Nos queda claro por qué los mataron y por qué principios dieron ellos la vida. Y nos queda claro también quiénes los mataron.
En crímenes como estos intervienen los cuerpos de seguridad de El Salvador, que tienen también el nombre de escuadrones de la muerte. Los cuerpos de seguridad, los escuadrones, no funcionan aislados del ejército y de poderosos sectores oligárquicos. Y el ejército salvadoreño y esta oligarquía no funcionan aislados de la decisiones políticas del gobierno de los Estados Unidos, del que dependen totalmente para retener su poder.
Bajo ese poder vivieron nuestros amigos, contra ese poder lucharon, con aciertos y errores en sus análisis y opciones, hombres al fin. Pero fueron siempre fieles al principio de justicia para los de abajo. Murieron y dieron la vida. Por eso, resucitaron el mismo día en que los mataban, el 16 de noviembre de 1989.
Carta del Padre General de la Compañía de Jesús a los jesuitas de todo el mundo:
"Dieron lo mejor de sí mismos por el pueblo salvadoreño"
A las 48 horas del asesinato de los jesuitas, el 18 de noviembre, el Padre General de la Orden, Peter-Hans Kolvenbanch dirigió a todos los Superiores Mayores de la Compañía de Jesús en el mundo esta carta, muy concreta, muy cristianamente parcial, en la que al avalar el trabajo de los jesuitas de la UCA describe la situación de persecución y violencia que precedió a sus muertes y la situación de injusticia en la que desarrollaron su misión.
"Es difícil expresar todo el horror que suscitan este crimen premeditado y estas tan inhumanas torturas. Nada puede justificar esta barbarie: ni la situación estratégica o la seguridad de la barriada en donde se encuentra la UCA, ni la orientación bien conocida de nuestra Universidad Católica, ni las actividades o los escritos de los jesuitas, que no han pretendido con todo ello sino dar lo mejor de sí mismos por el bien de la Iglesia y el pueblo salvadoreño. Lo que ha pasado es tanto más injustificable cuanto que esta muerte cruel ha tocado a personas -no jesuitas y jesuitas- absolutamente extrañas al conflicto político que está haciendo sufrir a la población de El Salvador desde hace ya años.
Sobre todo durante los últimos meses, nuestra Curia recibía informaciones, cada vez más precisas, que demostraban una intensificación en las violentas amenazas; se tomaba de mira a miembros de la Jerarquía y a los jesuitas y, nominalmente, al Rector de la UCA. No se trataba únicamente de medidas vejatorias respecto al personal, jesuita o no, que se consagra a los numerosos refugiados; ni solamente de bombas intimidatorias colocadas en las inmediaciones de la Residencia universitaria, sino de una deliberada y violenta campaña de prensa, que reclamaba la expulsión de determinados jesuitas.
Grupos extremistas, algunos de los cuales hasta se jactan con la denominación de "escuadrones de la muerte", rechazaban cualquier tentativa que mirara al logro de una paz justa y duradera para El Salvador y para el conjunto de América Central.
Cuando tuve allí mismo hace un año la oportunidad de encontrar personalmente a casi todas estas víctimas, sobre todo durante la visita a los lugares donde les han precedido Monseñor Romero y el Padre Rutilio Grande, no pude por menos de notar que eran conscientes de que el Señor pudiera pedirles también a ellos la vida como participación en su Pasión; una vida que, como Compañeros de Jesús, ya han entregado al encarnar toda su actividad en el "suscipe" de amor de los Ejercicios Espirituales.
Aunque la gran mayoría de los jesuitas asesinados habían nacido en España, ninguno de ellos había pensado en abandonar el pueblo y el país que han amado tanto, y han preferido, según la tradición misionera de la Compañía, aceptar hasta el fin los sufrimientos del pueblo salvadoreño. Por desgracia, su sacrificio es uno más, que se une al de centenares de hombres y mujeres, víctimas de los combates y represalias que se engloban en ese círculo infernal de la violencia y de la muerte.
Que el eco que la opinión pública mundial está ya dando a las atrocidades cometidas en la Residencia de la UCA sirva para llevar ala paz a esta región del mundo, frecuentemente olvidada, y ayude a ese pueblo trabajador y valiente, que bien merece una mayor justicia y atención a sus aspiraciones en el respeto de sus derechos humanos. Los numerosos y emocionados testimonios que nos van llegando en estos días a la Curia serán para toda la Compañía de Jesus y en particular para los jesuitas de Centroamérica, un consuelo y al mismo tiempo un aliento para perseverar siguiendo las huellas de nuestros hermanos asesinados.
De acuerdo con el Padre Provincial, espero hacerme presente en El Salvador durante la Navidad para encontrar a los jesuitas de la Provincia y recordar con ellos ante el Señor el asesinato de nuestros hermanos. El próximo lunes por la tarde, en la Iglesia del Gesu, les tendremos particularmente presentes, cuando unidos por la fe en el Señor Resucitado, celebraremos la Eucaristía, rogando para que sean liberados verdaderamente de la muerte nuestros hermanos difuntos, por el consuelo de sus familias y de todos aquellos que los han conocido y, según el espíritu de Cristo, como signo de perdón, por quienes los han conocido y comprendido tan mal. Estoy seguro de que toda la Compañía, de un modo o de otro, se sentirá asociada a nuestras oraciones.
Peter - Hans Kolvenbach, sj.
Roma, 18 noviembre 1989
NUESTROS MÁRTIRES
Usted reposa ahora, don Ignacio,
con Amando, el arcángel consejero;
con la "fe y alegría" de aquel Lolo;
con Segundo, el de barbas de dios Zeus.
Con Pardito, silente y laborioso
que alcanzó a Dios en su correr eterno;
y con Nacho, consciencia inquisitiva
que ha de encuestar los ángeles del cielo.
Allí descansan de este rudo tiempo
de congoja, dolor, llanto y miseria,
y desde el gran martirio atribulado
defienden a la vida en esta tierra.
Elba y Celina, lirios de este pueblo,
reposan más allá de su silencio:
ellas volvieron a su lar amable
a dormir en la tierra primigenia.
Fragmento del poema "De la Hostia, la Sangre y la Arboleda"
Francisco Andrés Escobar
MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDÁMEZ
(1917-1980)
ARZOBISPO METROPOLITANO DE SAN SALVADOR
"SAN ROMERO DE AMÉRICA, PASTOR Y MÁRTIR NUESTRO"
El ángel del Señor anunció en la víspera...
El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!
El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.
¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!
Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa...!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).
Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.
Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!
Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma-aureola de sus mares,
en el retablo antiguo de los Andes alertos,
en el dosel airado de todas sus florestas,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,
de todos sus altares...
¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!
San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!
Mons. Pedro Casaldáliga Plá, C.M.F. Obispo-Prelado de São Félix (Brasil)
Fragmentos de sus homilías, bellas palabras que nos hacen reflexionar en esta época de fiestas religiosas, se las comparto en conmemoración de los 29 años del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero.
Hermanos,
¡Cómo quisiera yo grabar en el corazón de cada unoesta gran idea: el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir,
de prohibiciones! Así resulta muy repugnante.
El cristianismo es una persona, que me amó tanto,
que me reclama mi amor.
El cristianismo es Cristo.